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domingo, 4 de abril de 2010

Una del Compadre Moncho. Testimonio de vida para las nuevas generaciones. Que el Pulento lo guarde y conserve

Es verdad. Esto no es de acá. Lo copiamos descaradamente desde el diario de agustín. Ese pasquín que todos conocemos. Y nos da igual, porque hay veces que el mensaje es tan grande que no importa el medio por el que lo recibes. He aquí un testimonio propio de las nuevas sagradas escrituras, esas en las que la historia no se acaba el 2012 y que anuncian que un nuevo día vendrá... (Todos los derechos han sido violados).

LA VIDA A LO COMPADRE
Dicen que tiene el don de la ubicuidad. Que está en todas partes. Que no hay santiaguino que no se haya topado con él en la calle. Que es el famoso con el que uno se encontrará más veces en la vida, incluido Twitter. Pasamos un día con él, siguiendo su rutina bohemia entre café con piernas y carreras de caballo. Hablamos de lo humano y lo divino. De por qué a la hora de seducir lo peor es ser un payaso, y de por qué las milfs son lo mejor. Todo en este paseo por el lado salvaje del compadre Moncho.

Por Arturo Galarce

MONCHO ESTÁ EN TODAS PARTES

El hombre de chivo y afro inmutable sostiene la cartilla del Teletrak como si se aferrara a un libro sagrado; como si entre sus manos se cuajara el sentido de las cosas en un puñado de números y nombres tan disparatados como: Tután Watón, Gato Armado, Lucky Brand, Y Llovía y Llovía, Nido de Pájaros, Muy Respetable, etc.
El hombre mira con estilo, estudia un poco, y da el visto.
- Ya huevón –me dice apuntando a la carrera número 12-, aquí hay posibilidad con el 1, el 5, el 7, y el 8. ¿A cuál sacamos?
- Al 1.
- Hecho. ¿Tenis quinientos?

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Adriano Castillo: 68 años, químico farmacéutico. Actor. Casado. Un hijo. Jugador de crack, poker, jaranero insaciable; silueta omnipresente del centro de Santiago y sus fronteras, extiende la mano en un gesto sacado de cualquier capítulo de Los Venegas y se lanza hasta la caja donde paga su apuesta. “5, 7 y 8, por favor”, dice.
A ganador.
Pero eso sucederá más tarde, en la segunda patita del día. Ahora son las seis de la tarde y acabamos de entrar al Café Matías del Pasaje Cousiño, Santiago Centro. Un café con piernas medio lais donde Adriano, impecablemente vestido, busca su favorita: a la altita, la de rasgos indios, como él dice. La misma que aparece de pronto embutida en un traje azul brillante para invitarnos a sentar y servirnos el cortado.
“Rica”, le digo. “Puta que es rica esta mina, huevón. 23 años, un hijo, y mira cómo está. Y eso que ahora está flaca, porque cuando no está tan flaquita, vierai cómo la miran los huevones. Llegan a babear”.

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FÍJESE USTED COMPADRE

Si hay algo que conoce y presume Adriano es sobre minas y caballos. Si hay algo que desconoce Adriano, es Twitter. Por eso frunce el ceño cuando le digo que bastó que alguien twitteara que lo había visto en el centro, para que el resto le antepusiera el gato (hashtag, para los siúticos) al nombre de su personaje, transformando la red social en un hervidero de frases hilarantes como: “El #compadremoncho piloteaba el ultimo ovni que se vio sobre los cielos chilenos”, o “¿Donde está el #compadremoncho para salvarnos del Coliosionador de Hadrones?, o “El #compadremoncho le debe plata a Mauricio Israel”, llegando en menos de un día, a ser TT nacional.
-Algo parecido a lo de Chuck Norris y sus facts(intento explicarle)
-¿Cuál es ese?... Ah, ¿el que pelea, el que se da unas vueltas en el aire?

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-Ese mismo
- Me parece fantástico, qué te voy a decir. Es que los jóvenes se reflejan mucho en mí… lo que si conozco es una página en facebook que me hicieron: “Yo me encontré con el Compadre Moncho”, creo que se llama.
El grupo se llama “Yo he visto al Compadre Moncho en la calle”y tiene 6.082 miembros, los mismos que se encargan de postear brevemente aquel instante inmortal en que se cruzaron, saludaron, o fotografiaron al Compadre Moncho en alguna esquina de la capital.

Algunos lo vieron en Plaza de Armas o en el Drugstore; también en el barrio Suecia o en Bellavista. En el terminal de buses. En el Fonasa de Agustinas. Tomando taxi en la Alameda o fuera del café Haití, conversando con una mina a media a tarde.

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-¿Por qué todos lo han visto?
-Es que soy muy fácil de ver: soy cabezón, alto, barba de pera, y camino, creo, de una forma muy particular. Aunque también tengo una teoría.
-¿Cuál es esa?
-Mira, los jóvenes hacen una mezcla entre el actor y el personaje. ¿El personaje qué aporta? Aporta el carrete, la irresponsabilidad, el hueveo. Y el actor, ¿qué aporta?: cierta sobriedad en el vivir, y una… TREMENDA mina. ¿Entiendes? Tener una tremenda mina es un plus, no solo en Chile. Un huevón que tiene una tremenda mina es un huevón especial. Tenís un plus. Esa mezcla es la que crea una especie de mito.
-Una proyección
-Es que a todo joven le gustaría ser el Compadre Moncho y Adriano Castillo en uno solo. Yo soy un gallo con suerte. En el trabajo he tenido suerte, porque claro, soy un huevón responsable. Y con las minas, bueno, ya lo dije.

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-Pero el chileno promedio es medio charcha pa’ las minas
-Es que el chileno tiene problemas graves en el trato: es hocicón. Habla mucho de las minas. Es tarriento. Eso es muy grave. Cuando se enteran que eres un huevón discreto, ganaste. Un huevón que nunca se sabe ná de él, que lo ven con minas, pero nunca cuenta nada, va a ganar. Es el que va a tener más minas.
Tampoco podís ser curao. Tenís que ser limpio, divertido, sólido. Un huevón en el que la mina se pueda apoyar. Tenís que ser sólido en tu pega, en tu casa. Tú eres el huevón que responde, sino, confórmate con una mina cualquiera. Pero si querís tener una mina de verdad, tenís que mostrarte como un huevón en que la mina se fije y diga: chucha este huevón.

-¿Cómo lo hace para controlar la mirada en la calle si todos lo conocen?
-Yo no controlo ni una huevá. Se ríen los huevones cuando me pillan y me dicen ‘teniendo ese filete en la casa qué andai mirando’. Pero si en mirar no hay engaño. Yo no controlo nada.

-Como dice usted: hay que comerse su prietita de vez en cuando, ¿o no?

-Jajaja, es que es cierto po’ huevón.

-¿Cómo era cuando chico, usted, Compadre?

-Payaso. Bueno pa’ la pelota, pa’ los estudios, pero payaso.
Y es un hecho que a los payasos les va pésimo con las minas

-Te voy a contar algo. En mi carrera, en la universidad, eran todas las minas lindas y pasó algo no había ocurrido antes: me empezaron a llamar por mi nombre. Nunca en el colegio me dijeron Adriano. Me decían el negro, flaco o cabezón. Pero acá las chicas preciosas me llamaban por mi nombre y eso me gustó.

Bueno, pasó un poco el tiempo, y como a mí me gustaba mucho la jarana, a veces llegaba a la primera clase levemente carreteado. Yo iba igual. El jaranero tiene que ser cumplidor. Pero a veces no podía entrar y entonces me iba al casino, daba vuelta un sillón y me dormía una horita. Resulta que un día dormí, desperté, y había cuatro compañeras mías conversando detrás de mí, sentadas en una mesa. Ellas no me veían. Y analizaban a mis compañeros hasta que llegaron a mí. Entre algunos defectos y cualidades dijeron que yo siempre andaba con las camisas impecables… Pero, dijo una: es tan payaso. Tan payaso.

-Ahí se pegó la cachá

-Si po, ahí uno va aprendiendo. Yo aprendí a ser divertido y a destacarme en los estudios y en lo que fuera para que las minas vieran en mí a un huevón especial.

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-¿Se droga usted, Compadre?

-No. El Compadre Moncho no le hace a las drogas. Adriano, tampoco. No te voy a mentir, yo probé todo, el actor ha probado todo: desde el LSD para adelante. Pero un pitito, un pitito de vez en cuando no le hace mal a nadie. He pasado por todas las huevás, pero por un espíritu científico. Ni siquiera fumo cigarro.

-¿Viagra tampoco?

-La verdad es que no, pero por ningún motivo tendría prejuicios en usarlo. Si de repente a un huevón como yo se le cruza una minita espectacular de unos 25 años, no me puedo tirar el salto así como así. A los 68 no te podís tirar un carril con una minita de 25 sin llevar la pastillita. Porque una le puedo echar, pero me va a quedar mirando pa’ la segunda y yo ya estoy cansado, me quiero dormir.

Yo me meto con mi señora, o con alguna mujer ya hecha. Y cuando las mujeres están hechas, están al ritmo mío. Además, las minas cuando va pasando la edad se ponen más ricas. Maravillosas. No necesitan cantidad. Necesitan calidad. Con esas minas tengo calidad. Pero de que he tenido historias malas, las he tenido.

- Desclasifíquese una

-Lo único que puedo decir: no te acuestes nunca con una mina que no te guste. Nunca te metai con una mina para que ella no diga que eres un poco hombre, o un maricón. Nunca, huevón, nunca te acuestes por obligación con alguien. Porque las cachas más malas que he echado en mi vida son esas. Laaargas, eteeeernas. No se acaban nunca.

Mientras hablamos, Adriano interrumpe la entrevista de vez en cuando, para saludar por la ventana a la gente que lo reconoce. Entonces se yergue un poco, levanta la mano y sonríe arrugando la cara como un felino al acecho. Como si hubiera visto a una presa. Sobre todo si la que lo saluda es una ejecutiva con pantorrillas de secretaria.

-Igual debe ser re fome andar saludando gente a cada rato

-No, yo saludo, nomás. ¿No la viste? Estaba bien buena la señora… En general la gente me tiene aprecio, salvo los que se juntan aquí en las esquinas que son medios raros. Esos trash, trosh, punk. Hay demasiado tipo de gente en el centro. Ahora hay gente que hasta me desagrada. Que esperan a que yo pase y cuando ya les di la espalda me gritan “Compadre Moncho!”. Eso no lo soporto. Tampoco a la gente que me molesta en mala onda.

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-¿Qué le dicen?
-Me gritan cosas: huevón feo, huevón cabezón, huevón creído. A esos huevones no los miro.
-Eso se llama envidia, Compadre
-Hay tanto huevón envidioso.... ¿Vamos a jugar una carrerita?

-Vamos

19.10 hrs. Teletrak de Cousiño. Humo de cigarro. Decenas de hombres enjutos, con la mirada perdida en alguna parte del techo, donde cuelgan los televisores que proyectan los preparativos de la próxima carrera: la 12. A la que apostamos.

Mientras eso ocurre, Adriano se mueve con la habilidad que le dan las tres horas que pasa a diario en este lugar. Por eso varios lo reconocen mientras busca un lugar.

Un hombre flaco y viejo le estrecha la mano y lo felicita por “la serie”. Otro, medio borracho y con una costra en la mejilla izquierda le bromea “¿andai con suerte o vay a tener que cobrar en el baño?”.

Castillo no pesca. Los ignora hasta que la carrera parte, unos pocos segundos que terminan bajo el ensordecedor concierto de gritos y lamentos. Ni el 5, ni el 7, ni el 8 sacaron premio. “Vai a tener que pasar a cobrar al baño”, le recuerda en broma el tipo de la costra. Adriano se ríe, y se larga.

Afuera nos despedimos mientras un poco de agua nos cae desde el aire acondicionado de algún edificio. “Ves, el centro ya no es el mismo” me dice. “A veces me paso el rollo de que me están tirando pollos” remata con una sonrisa, mientras se pierde por Moneda a la hora del taco, perseguido por ese mantra que le cuida las espaldas y que reza más o menos así: ¡GUENA COMPADRE MONCHO!
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El futuro se fue (?)

Notable. El caballero lo explica muy bien